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lunes, 16 de marzo de 2020

Lo intergeneracional en cuarentena

Lo intergeneracional en cuarentena




     La crisis mundial generada por el coronavirus está provocando, además de los dramáticos efectos en el ámbito sanitario, económico y social, otros que afectan muy directamente al contexto social de las personas mayores. Como muchas otras cosas que no se conocen de la evolución de este virus, tampoco sabemos cómo acabará incidiendo en las relaciones intergeneracionales, un escenario que está siendo especialmente atacado por la pandemia. Hemos de reconocer que las personas de más edad, las que están sufriendo con mayor gravedad la infección y que están sujetas a mayor índice de mortandad, se han convertido en el principal foco de protección y prevención. Como colectivo especialmente vulnerable ante un posible contagio, hemos adoptado medidas excepcionales con el fin de evitar el que puedan enfermar, asumiendo colectivamente la responsabilidad de protegerlas, acatando las tremendas exigencias del estado de alarma que ha adoptado el gobierno español. El propio presidente, Pedro Sánchez, aludía en la rueda de prensa en la que anunciaba su declaración a la solidaridad intergeneracional, principio que guiaba, en gran medida, la adopción de esta medida extraordinaria.

     Desde el primer momento de la crisis del coronavirus, las decisiones tomadas han tenido como principal objetivo el preservar del contagio al colectivo de más edad, cerrando los centros de mayores, restringiendo las visitas a las residencias y limitando sus movimientos. Acciones todas ellas orientadas a reducir su contacto con los tramos de menor edad, con los adultos, pero sobre todo con los jóvenes y los niños, a los que se considera vectores peligrosos para la difusión del virus, por la levedad o ausencia de síntomas y la falta de medidas que suelen adoptar en cuestiones de higiene, hábitos y prevención. Una imagen de inconsciencia e irresponsabilidad que, desgraciadamente, se levanta con demasiada facilidad hacia los jóvenes, reforzando los prejuicios y estereotipos negativos que acostumbramos a asociar con la edad. Y es que de los “edadismos”, aunque resulten más dolorosos e hirientes cuando se dirigen hacia las personas mayores, tampoco se escapan las de menor edad.

      Hace ya un par de semanas, cuando empezamos a plantearnos si era adecuado o no el continuar con nuestras visitas a la residencia de mayores, antes de su prohibición e incluso de su recomendación, comencé a sentir cierta preocupación, no tanto por la decisión en sí, que resultaba clara y conveniente, sino por las consecuencias que generaba ya en el momento y, sobre todo, por las que podrían derivarse en el futuro. Nunca había podido imaginar que, ante cualquier situación de gravedad o de emergencia, fuera cual fuera su naturaleza, la principal medida que pudiera venir a adoptarse fuera, precisamente, el evitar los contactos con las personas mayores. Siendo nuestro principal objetivo el llamar la atención pública en relación a la segregación que sufre la población de más edad, el denunciar su aislamiento con respecto a otros tramos de edad, el dar aviso de la situación de soledad que sufren los mayores y poner en acción iniciativas que tiendan a evitar esa separación y a generar escenarios intergeneracionales, la decisión, aunque tenga un carácter temporal, de limitar, restringir y hasta eliminar el contacto entre generaciones ha supuesto un duro golpe contra nuestros fundamentos y principios. En el momento en el que estaba surgiendo una cierta conciencia social acerca de la realidad que engloba el llamado “reto demográfico”, en el que estamos siendo sensibles a las distintas variables que implica el envejecimiento de la población y avistamos la necesidad de incluir un nuevo paradigma -el intergeneracional- que permita orientar nuestro modelo de convivencia a una sociedad más humana a través de espacios inter-etarios, las medidas extraordinarias adoptadas golpean directamente al centro de gravedad de nuestro programa.

     Llevamos más de dos semanas sin acudir a la residencia ni con los adolescentes y jóvenes del instituto ni con los niños del centro de educación infantil y posiblemente pasen otras cuatro o no sé cuánto tiempo más hasta que podamos restablecer nuestras actividades conjuntas. Nuestras alumnas mayores del instituto del Aula Intergeneracional dejaron de venir unos días antes de que se decretase el cierre del centro escolar y ojalá que su vuelta al clase pueda llevarse a cabo a un ritmo similar al de sus compañeros más jóvenes. Tampoco el alumnado voluntario del centro que participa en “Operación Soledad” (OpS), acudiendo por las tardes a la residencia, reanudará hasta dentro de unas semanas, no sabemos cuántas, sus visitas y talleres. Y lo mismo que ocurre en nuestro entorno conocido está sucediendo en todo el país, en donde los mayores, por su seguridad, están sufriendo el doble aislamiento al que les conduce su edad, el grado de dependencia y, sobre todo, el confinamiento y la segregación que, antes del coronavirus, ya padecían, pero que la pandemia, sin duda, ha venido a agravar. En todo este tiempo, que es duro para todos por la restricción de movimientos y el tener que recluirnos en casa, no hemos de pasar por alto que el aislamiento y el nivel de soledad resulta aún más intenso y duro para las personas mayores. Y no pensemos que por el hecho de que estén ya acostumbradas, de una forma naturalmente obligada, a vivir con restricciones en su contexto de relaciones, ellas afrontan mejor esta situación de excepción.

     Me pongo a pensar qué estaría pasando si en la realidad de hoy y de ahora hubiéramos tenido más predicamiento y éxito en nuestras propuestas y estuviéramos adelantados en lo que constituyen nuestras metas y proyectos a medio y largo plazo. Qué habría sucedido si en las residencias de mayores, en vez de estar pobladas exclusivamente por personas de edad avanzada, los residentes convivieran, puerta con puerta, con jóvenes estudiantes. Y si estuvieran más extendidos los programas de convivencia intergeneracional en los hogares, que promueven la integración de chicas y chicos jóvenes en casas de personas mayores, ¿qué habría pasado con ellos? Las estructuras de viviendas que comienzan a diseñarse, integrando a población joven y mayor en un mismo espacio arquitectónico, promoviendo espacios comunes de encuentro e interacción, habrían provocado serios problemas a la hora de gestionar su uso y el contacto entre sus habitantes. Y si los centros de día y de mayores no estuvieran concebidos como tales y los espacios e instalaciones estuvieran integradas en centros escolares con niñas y niños de educación infantil y primaria. Y qué sería de esos barrios concebidos como espacios intergeneracionales que lo que pretenden es, precisamente, el encuentro directo y constante entre personas de edades tan distantes. Bien es cierto que el confinamiento y el cierre de todo espacio colectivo hubiera mitigado cualquier riesgo, pero se hubiera incrementado la sensación de peligro y la necesidad de adoptar medidas añadidas para reducir el contacto social con los mayores. Y lo que aún me preocupa mucho más, que pensando en prevenir situaciones como estas en el futuro, creamos que lo más conveniente es el separar aún más a los mayores de niños y jóvenes, estimando que es lo mejor para alejarlos del peligro, cuestionando así la conveniencia de promover los contextos intergeneracionales. Estos planteamientos bienintencionados son los que han ido generando, al ritmo de la consolidación de nuestro estado de bienestar, servicios y espacios públicos segregados por el criterio de la edad. Ahora que estamos cuestionando este modelo de atención y convivencia, hemos de evitar que lo intergeneracional se ponga en cuarentena.

     Todos confiamos en que este virus, como otros que le han precedido, dejará de ser un serio problema en el medio plazo. O bien acabará aislado, derrotado y sin posibilidad de reproducción, o bien habremos descubierto una vacuna que nos prevenga en su regreso. Pero este virus ha inoculado, entre su malvado material genético, un nuevo y desconocido mal en nuestro entorno social y comunitario. La especial vulnerabilidad de las personas mayores ha generado una lógica y bienintencionada respuesta colectiva orientada a su protección, adoptándose medidas tendentes a reducir los espacios de encuentro y de interacción con los mayores, especialmente los que tengan que ver con niños, adolescentes y jóvenes. Las medidas de confinamiento, generalizadas a toda la ciudadanía, están resultando especialmente severas y lesivas para las personas de más edad. Pero hemos de precavernos de que esta prevención inter-etaria no se prolongue más de lo que dure la fase de contagio. No podemos permitir que el efecto más nocivo de este virus actúe precisamente sobre las relaciones intergeneracionales y nos lleve a recelar de las medidas, programas y acciones que pretenden el promover los escenarios de encuentro, convivencia e interacción entre las personas de distintas edades, especialmente los que unen a la infancia y la juventud con las personas mayores. No sabemos si el coronavirus o cualquier otro agente vírico que pueda presentarse en el futuro tendrá un comportamiento tan discriminatorio con respecto a la edad, pero hemos de plantear nuevas acciones de resistencia y lucha contra la enfermedad que no vuelvan a implicar medidas que contengan un mayor aislamiento de nuestros mayores.