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domingo, 7 de marzo de 2021

¡Ya tenemos Plan! Plan Intergeneracional de Extremadura (2020-2025)

 ¡Tenemos un Plan!

El Plan Intergeneracional de Extremadura (2020-2025) es la primera propuesta regional de Europa que incluye el paradigma intergeneracional como compromiso político para la administración pública.


        Desde hace ya un año, la inmensa mayoría de la población mundial se encuentra inmersa en una singular espiral que, giro tras giro, la mantiene en un punto fijo del que no logra salir. Cada uno en su particular campo gravitacional, va observando que el pasar de las semanas y de los meses nos sigue colocando en la misma casilla, que uno ya no sabe si es de salida o de llegada. Ya no hay esquinas que doblar para ver lo que hay en la otra calle, sino curvas que mantienen una rara sensación de continuidad. Un presente continuo que no nos permite mirar, como acostumbrábamos, ni al pasado ni al futuro, porque lejos de reconfortar o despertar ilusiones y esperanzas lo único que logra generarnos es incertidumbre, desasosiego y cierta desorientación. Y es curioso, porque justo en la coyuntura en la que nos hemos visto obligados a sacrificar y posponer todos aquellos planes que teníamos programados, tenemos la irremediable necesidad de diseñar nuevos proyectos y objetivos que nos ayuden a sobrellevar esta insoportable gravedad de lo actual.

            En los primeros meses de la pandemia, durante aquellas semanas del confinamiento severo, nos inundó una ola de optimismo y de buenos propósitos, afectados por un espíritu compasivo que, desgraciadamente, solo surge en situaciones de excepción. Fue entonces, alarmados por los datos y las feas imágenes que veíamos, con las personas mayores como víctimas expiatorias de un mal que, aunque aqueja a todos, se viene cebando con la población más vulnerable, cuando caló la necesidad de un cambio urgente y profundo. Una transformación que fuera más allá de lo meramente superficial en cuanto al modo de gestión de los centros residenciales y a la atención que se viene prestando a las personas de más edad, a las personas dependientes que precisan de asistencia y también a aquellas que, siendo autónomas, se veían especialmente afectadas por una situación a la que difícilmente podían hacer frente ellas solas. En esos días nos dimos cuenta de problemas y situaciones que vienen arrastrándose de lejos, como la soledad no deseada, la discriminación o la segregación por edad, pero fue entonces cuando afloró con una crudeza que logró impactarnos y hacernos sentir en cierto modo responsables. Creímos que ese era el momento -¡cuándo si no!- de cambiar muchas cosas y que la experiencia sufrida suponía un antes y un después en nuestras vidas. Incluso llegamos a pensar que nuestras conductas, nuestros principios y valores nos habían hecho ser diferentes, convirtiéndonos en una sociedad más comprometida y solidaria.

            Y todavía no ha llegado esa ansiada normalidad y buena parte de esos grandes y bonitos propósitos ya se han desvanecido. A esa espiral ascendente en la que nos marcamos horizontes de cambio y transformaciones sustanciales le ha venido a suceder otra descendente, más pegada a las necesidades acuciantes del día a día y condicionada por una visión más superficial y menos profunda. Con la próxima llegada de fondos de millones de euros de Europa se ha disparado la inflación de planes, sobreponiéndose unos sobre otros, bajo la sombra del gran Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Y uno no sabe si esto supone una gran oportunidad para que se produzcan cambios de verdad o para que, a pesar de las grandes inversiones -o precisamente a causa de eso mismo-, todo siga igual. Cuando vienen a aflorar planes por todas partes, en muchos casos improvisados, en busca de este maná que nos cae de la Unión Europea, a uno le viene la sensación de que cambiar las cosas desde arriba y a golpe de subvenciones, por paradójico que parezca, resulta más difícil.

            Nosotros ya teníamos un plan. Mucho antes de que llegara el COVID a nuestras vidas, antes de que la percepción se rigiera por lo negativo, ya había gente que, mirando en positivo, estaba diseñando planes de futuro. Aquellos que, desde hace años -décadas incluso en los casos de nuestros referentes y pioneros de lo intergeneracional- veníamos avisando de la necesidad de crear nuevos espacios de relaciones interetarias, de cambiar los modelos de convivencia, de transformar los servicios públicos y tender a la creación de centros y comunidades intergeneracionales, teníamos clara la necesidad de gestar una nueva estrategia que transformara la realidad en la que vivimos. Aquellos que tenemos la suerte de conocer y vivir en varios mundos a la vez, el de las personas mayores pero también el de la infancia, la adolescencia y la juventud, sabemos de lo absurdo que es el mantener estos espacios separados y segregados. Somos conscientes además del déficit acumulado -imposible de registrar, pero de consecuencias inmensurables- que ha supuesto el prescindir de las relaciones intergeneracionales -tanto en el contexto intrafamiliar como sobre todo en el extrafamiliar- en un período que, en el caso de nuestro país, bien podemos trasladar a dos generaciones o a medio siglo de nuestra historia. Y los que además hemos podido participar y disfrutar de programas y acciones intergeneracionales, que hemos vivido en primera persona sus efectos, que bien podríamos calificar de extraordinarios, sabemos de su inmenso potencial educativo en todas sus esferas y su contribución en la mejora del bienestar, de la salud y de la convivencia.

           
Y fue precisamente este proyecto, esta idea, la que que ha logrado ir materializándose gracias a la ilusión, el compromiso y el trabajo de unos pocos. Una iniciativa que ha ido generándose -y esta es una de sus principales virtudes- de abajo a arriba, pero que ha podido contar con el apoyo de las instituciones de la Junta de Extremadura, sin cuyo amparo no hubiera sido posible. Gracias a los programas de actuación que firmaron las consejerías de Educación y Empleo y de Sanidad y Políticas Sociales
 pudo gestarse, a partir de noviembre de 2016, la Comisión Mixta de Programas Intergeneracionales -a la que se sumó, en marzo de 2019, la consejería de Cultura e Igualdad-, que ha constituido el campo de acción en el que hemos podido ir dando forma a este Plan. La participación de la Asociación de Universidades Populares de Extremadura (AUPEX) en su elaboración y redacción ha sido también determinante, al igual que la colaboración de otros especialistas y referentes, bajo la égida de Mariano Sánchez, director de la Cátedra Macrosad de Estudios Intergeneracionales de la Universidad de Granada.

           El Plan ya esta aquí, presentado oficialmente el 21 de diciembre, apadrinado por el Vicepresidente segundo de la Junta de Extremadura y Consejero de Sanidad y Servicios Sociales, mostrando el compromiso político por aplicar y desarrollar las líneas de actuación que contiene. Una propuesta ambiciosa que incluye una decidida apuesta por integrar el paradigma intergeneracional en la política y gestión de la administración, que promueve una transformación sustancial de los servicios y espacios públicos. Un Plan que está diseñado para un período de cinco años y que debe servir de instrumento eficaz para materializar esos buenos propósitos que, desde aquel marzo de 2020 -hace justo un año- fueron generándose en esta larga coyuntura que viene definiendo la pandemia. Somos conscientes de que la tarea no va a resultar fácil. Toda propuesta de cambio -cuando este es de verdad- suscita dudas y resistencias. Sabemos que salir de nuestras inercias y rutinas provoca reacciones, porque nos saca de nuestro estado de confort, nos genera incertidumbres y nos muestra vulnerables. De ahí que precisemos del compromiso político e institucional para, en este caso desde arriba, promover los cambios y, desde abajo, a través de la pedagogía y la persuasión el alcanzar el convencimiento de que otra manera de hacer las cosas no solo es posible, sino realmente necesaria.


           La curva helicoidal del COVID sigue girando, con su desconcertante movimiento de ascenso y descenso. En su interior seguimos con nuestras incógnitas y nuestros anhelos, presas de la incertidumbre y dueños de nuestros proyectos y deseos. Aunque esta triste y difícil coyuntura se está haciendo demasiado larga, sabemos que sus mejores efectos duran poco. Hemos de prevenirnos ante el olvido fácil de aquellos propósitos que, en su momento, albergamos para transformar y mejorar la realidad que vimos. No podemos traicionar aquel deseo de cambio ni el compromiso colectivo que hemos adquirido con aquellos que más duramente lo están sufriendo. Hemos de tomar conciencia de que después de la tempestad no vendrá la calma y que la resaca nos azotará con sus efectos retardados. Las personas mayores, las más vulnerables, van a seguir sufriendo los múltiples ecos de la pandemia. Y no podemos volver a mostrar ni ignorancia ni indiferencia después de lo que hemos vivido. Para no seguir a la deriva, nos hace falta un rumbo, un plan.


Vídeo de la webinar de presentación del PIEX, organizado por AUPEX con la colaboración
de la Cátedra Macrosad de Estudios Intergeneracionales de la Universidad de Granada






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