sábado, 25 de julio de 2020

Lo intergeneracional en cuarentena II


Lo intergeneracional en cuarentena II


Cuando a mediados del mes de febrero decidimos suspender temporalmente los programas intergeneracionales que llevamos a cabo, nadie sospechaba que la situación iba a alcanzar las proporciones que después ha tomado. Es más, al principio llegamos a considerar que a lo mejor estábamos tomando excesivas precauciones y que estábamos pecando de cierto alarmismo. Desgraciadamente, la evolución de los acontecimientos ha confirmado que hicimos bien en suspenderlos. Desde entonces, como ya vinimos a denunciar en otra entrada, lo intergeneracional entraba en cuarentena. Pero el tiempo se va prolongando y llevamos ya cuatro de cuarenta, un período muy amplio, sobre todo cuando se plantea en ciertos tramos de edad en los que poco tiempo ya resulta demasiado. Y lo peor es que no vemos una fecha cercana ni cierta que nos anuncie un fin próximo a todo esto.

Hemos de prepararnos para una larga etapa en la que gran parte de las iniciativas y programas intergeneracionales van a resultar, en algunos casos, imposibles de realizarse de manera presencial y, en otros, con serias dificultades e importantes limitaciones. Las restricciones legales en cuanto al acceso, las posibilidades de visita y las medidas de prevención en el uso de espacios compartidos van a impedir el llevar a cabo acciones en residencias y centros de mayores. Hemos de tener en cuenta que son precisamente las personas mayores que habitan estos espacios los grupos que más necesidades demandan desde el punto de vista relacional y emocional y que ofrecen, además, un mayor escenario de posibilidades para el desarrollo de acciones en el contexto intergeneracional. Son estos centros, por el tipo de usuarios y las dificultades añadidas que presentan en cuanto a grado de dependencia y alfabetización digital, los que más dificultades muestran para sustituir las actividades presenciales por otros formatos virtuales o que impliquen un distanciamiento físico. Pero esta cuarentena no solo afecta a estos lugares especialmente vulnerables, sino que se proyecta a cualquier escenario de convivencia o interacción de personas de edades distintas, desde el propio ámbito familiar, en el que se mantienen ciertas reservas y precauciones incluso al contacto directo entre los abuelos y sus propios nietos, a cualquier otro espacio público o privado, siempre y cuando se genere la posibilidad de contacto físico entre personas mayores, la infancia y la juventud. Los espacios intergeneracionales se van a mantener bajo estricta cuarentena.

El distanciamiento físico plantea una serie de dificultades añadidas al contexto intergeneracional. Aunque se pueda contemplar como un reto el considerar los distintos modos en los que pueden desarrollarse iniciativas a distancia, manteniendo las medidas de seguridad establecidas y, sobre todo, las que se puedan realizar de una manera virtual, hemos de ser conscientes de que el escenario intergeneracional presenta una serie de condicionantes. Ya no solo por el grado de acceso y uso de lo digital en determinadas franjas etarias, especialmente en ciertos contextos socioculturales, sino por la propia naturaleza que tiene este tipo de programas en cuanto a su sentido y significado. Aunque esto requiere de un proceso de reflexión y discusión más extenso y detallado, habría que plantearse si lo intergeneracional puede llevarse a cabo sin un constante contacto presencial. Puede haber distintos modos de entender las relaciones entre generaciones, incluso niveles de acción que vayan de lo más profundo a lo más superficial, pero desde una perspectiva que apunte a sus verdaderas expectativas y pretensiones, sin convivencia e interacción física lo intergeneracional queda tremendamente devaluado.

Es necesario tomar conciencia de este elemento consustancial a lo intergeneracional, para no perder de vista cuál debe ser nuestro objetivo e identificar como medidas paliativas y complementarias las que consigan llevarse a cabo de manera virtual o puedan acoplarse a través del distanciamiento físico. Pero sin olvidar que son sucedáneos, líneas de acción abordadas por las circunstancias, coyunturales y sin voluntad de sustituir lo presencial. No quiere esto decir que no puedan o deban desarrollarse estrategias de atención, cuidado y acompañamiento a través de medios y procedimientos virtuales y digitales, pero estas no deben tomarse en ningún caso como medios o recursos alternativos ni sustitutivos. Cuestión importante a la hora de valorar la tele-asistencia o la robotización de los cuidados, vistas como soluciones y alternativas a la atención de personas mayores y remedio de situaciones de soledad, porque permite situar sus límites y la necesidad de complementar estas medidas con iniciativas que generen contactos físicos con personas, a ser posible de otras edades.

Durante tres meses, de marzo a junio, algo más del tiempo que ha durado el estado de alarma, un grupo amplio de alumnos del Instituto, de 2º y 3º de ESO, al que se han sumado otras personas voluntarias, ha desarrollado un programa de acción a distancia que hemos titulado "Cuéntame". Un plan que ha contado con el apoyo del Ayuntamiento de nuestra localidad, Jarandilla de la Vera, para identificar a los mayores a quienes más podía afectar el confinamiento en su situación personal y provocar en ellos una mayor situación de soledad o de aislamiento. En este municipio, que apenas alcanza los 3000 habitantes, hemos trabajado con 45 personas que, por distintos motivos, consideramos adecuado actuar. Diariamente, adolescentes de entre 13 y 15 años, en sesiones de duración flexible, dependiendo de las necesidades y, sobre todo, de las características de los comunicantes, llamaban a su persona de referencia y entablaban con ella una conversación. Además de interesarse por su estado anímico y su salud, trataban cada día de un tema común que proponíamos, que ha servido de hilo argumental, de telón de fondo sobre el que han escrito un rico y sorprendente diario de abordo repleto de experiencias y vivencias biográficas que recorre casi un siglo de nuestra historia reciente. Sirva este ejemplo para mostrar cómo este tipo de iniciativas que, sin duda, han cubierto una necesidad y que ha beneficiado tanto a los mayores como a los jóvenes que han participado, son esencialmente circunstanciales en cuanto a los objetivos y cometidos que las han motivado, pero no pueden reemplazar, ni se pretendía con esta en concreto, la verdadera naturaleza de los encuentros físicos y el contacto directo que define lo intergeneracional. De hecho, la mayor parte del alumnado involucrado ya estaba participando con anterioridad en otros programas inter-etarios y ha notado -y ha hecho notar- justo estas carencias que resultan definitorias e insustituibles.

La duración de esta c
uarentena va a ser mayor de lo que todos preveíamos en un principio, lo que implica un replanteamiento de la situación y de los horizontes hacia los que encaminarnos. No solo la prolongación de la situación de riesgo de la pandemia, que puede prorrogarse durante meses e incluso más de un año, debe preocuparnos, sino fundamentalmente los efectos que va a provocar en el ámbito intergeneracional este largo e intenso paréntesis. El asumir colectivamente los riesgos que plantea cualquier escenario de convivencia entre personas de distintas edades y el integrar una cultura de la prevención, cuando no del miedo, puede conducir a prescindir de este tipo de iniciativas y programas. Las instituciones, entidades y empresas dedicadas a la atención y cuidado de los mayores, además de los profesionales que directamente trabajan con ellos, van a evitar situaciones de riesgo añadidas, considerando como secundarias y no necesarias las acciones intergeneracionales que venían desarrollando o que les vayan a proponer. Si se limitan los contactos con los familiares directos y se restringen las entradas y las salidas, ¿cómo van a considerarse siquiera como pérdida o carencia la falta de este tipo de programas? Todo el camino avanzado en los últimos años en la extensión de iniciativas y proyectos, una coyuntura marcada por la eclosión de lo intergeneracional, puede verse lamentablemente afectado, retrocediendo una trayectoria que va a resultar muy difícil de restablecer. Puede incluso que, desgraciadamente, ayude a fortalecer las dinámicas e inercias ya integradas en nuestros comportamientos sociales y culturales que han conducido justo a la segregación espacial y al distanciamiento etario, neutralizando las acciones que las entidades y organizaciones promotoras de lo intergeneracional han venido desarrollando desde hace décadas. Las propias personas mayores están interiorizando esa cultura recelosa y precavida, renunciando a los espacios de convivencia que, por su propia seguridad, van a evitar aunque les reste oportunidades para su bienestar. Ante este panorama de retroceso, se hace necesario reforzar el discurso de la libertad de acción en las personas mayores, de defensa de sus derechos e incluso de su dignidad personal, no permitiendo que se instale en ellos la cultura del miedo ni que permitan una merma de su capacidad de decisión ni en el disfrute de una mínima calidad de vida. Las consecuencias indirectas que a corto y medio plazo van a provocar las medidas de distanciamiento físico van a ser un índice por el que medir la incidencia que han tenido sobre todo para la población mayor. En esta ocasión, desgraciadamente, tanto la enfermedad como el remedio van a valorarse en el mismo grado y con la misma medida.

Es necesario tomar una postura decidida y comprometida en defensa de lo intergeneracional que, por un lado, alerte ante esas actitudes de exceso de prevención, vigilando las medidas que puedan establecerse que reduzcan o limiten los espacios de encuentro intergeneracional y, por otro, que rebaje los recelos, temores y miedos ante el contacto y convivencia de las personas mayores con la población infantil y juvenil. La situación no va a ser nada fácil, porque somos muy pocos los que estamos empeñados en la necesidad de desarrollar lo intergeneracional y la corriente que viene de atrás, la que ha mantenido la separación de espacios y reduce el contacto entre generaciones, sigue fluyendo ahora con más intensidad, reforzada con el amparo de las medidas de prevención y de seguridad sanitaria. Y en esta línea de acción hemos de considerar las relaciones intergeneracionales no solo desde el punto de vista de su conveniencia para la mejora de la calidad de vida y del bienestar personal de los participantes, sino como un derecho inalienable, tanto individual como colectivo. Una responsabilidad social que deben asumir las administraciones públicas y adoptar como principio rector de las políticas y servicios que llevan a cabo. Aquí es donde cobran un especial sentido las campañas que deben diseñarse y ejecutarse dirigidas a distintos ámbitos: al político, para que tome conciencia del sentido social de lo intergeneracional y los múltiples horizontes que se abren en torno a este paradigma; al profesional, para sensibilizar sobre su importancia en la mejora y desarrollo integral de todos los que participan en programas intergeneracionales, facilitándoles el asesoramiento y apoyando iniciativas y propuestas de desarrollo que puedan demandar que venzan los recelos e inercias; al familiar, atenuando los excesos de prevención y promoviendo la participación e implicación en estos programas para la realización personal de los mayores, de la infancia y la juventud; al del tejido asociativo, a través de la difusión y la creación de redes de entidades, organismos y grupos de acción para avanzar en la perspectiva social y comunitaria de lo intergeneracional; y al de la opinión pública, para contrarrestar el impacto negativo que la pandemia y la alerta sanitaria está teniendo en los espacios de contacto inter-etario y promover una cultura a favor de la intergeneracionalidad.

Además de este horizonte de acción orientado a la denuncia, la difusión, la sensibilización, la promoción de redes, el asesoramiento y la intervención ante entidades políticas y administrativas, hay otros ejes que deberíamos abordar. Los nuevos modelos de convivencia constituye uno de los temas centrales que deberíamos abordar, aprovechando la coyuntura y el cuestionamiento de las actuales estructuras de atención y cuidado a las personas mayores y de los servicios que prestan las distintas administraciones. En este terreno deberíamos ser capaces de introducir lo intergeneracional como una dimensión a tener en cuenta en los estudios y propuestas que se están elaborando y participar y dar nuestro apoyo en las iniciativas que se vayan desarrollando. Un segundo campo es el de la educación intergeneracional, en el que tenemos que avanzar en una segunda velocidad, articulando una estrategia de acción capaz de influir en las administraciones educativas. Una estrategia que recoja las experiencias que se están realizando en distintos niveles educativos, desde la infancia hasta la universidad, y que desemboque en una propuesta estructurada. Urge la inclusión de la "gerontagogía" como área específica en la formación de distintos grados universitarios y su incorporación en los planes de estudio, no solo en los estudios de terapia ocupacional o de trabajo social, sino también en el ámbito de la pedagogía y de la formación del profesorado, avistando que los escenarios educativos se abren al mundo de los mayores y, además, en contextos compartidos con otros usuarios. Y por último, pero posiblemente resulte lo más urgente y necesario, un replanteamiento de lo intergeneracional, desde un punto de vista no solo filosófico en cuanto a su significado, sino también -y fundamentalmente- desde la perspectiva de la acción, del diseño y ejecución de los programas que se llevan a cabo. Estamos en un momento en el que convendría replantearnos muchos de los presupuestos en los que hemos basado nuestras intervenciones e incluso darles la vuelta, generando nuevos enfoques a las intenciones y acciones intergeneracionales.

Sí, lo intergeneracional está en cuarentena, pero solo debe guardarse lo estrictamente necesario y respondiendo exclusivamente a criterios sanitarios. El distanciamiento físico que ha venido a implantarse, por otra parte, no debe implicar en ningún caso distanciamiento social, buscando alternativas en el mientras tanto para mitigar el aislamiento y la soledad de las personas mayores, así como satisfacer las necesidades y demandas relacionales y emocionales de este colectivo y también las de la infancia y de la juventud. No hay que perder de vista que los programas intergeneracionales no solo benefician a todos los que participan en ellos, sino que ofrecen escenarios de aprendizaje y desarrollo personal difícilmente reemplazables. Y lo más importante, no debemos olvidar que estar en cuarentena es solo un paréntesis que se abre y se cierra, permitiendo restablecer, terminado el motivo que la genera, las líneas y trayectorias que venían desarrollándose. No podemos permitir, en ningún caso, que suponga un cuestionamiento de los principios y fundamentos que sustentan lo intergeneracional ni que esa nueva percepción recelosa y prevenida pueda instalarse más allá de lo que sea estrictamente necesario. Las relaciones entre personas de distintas edades, basadas en la solidaridad, el apoyo, la cooperación y la ayuda mutua siguen constituyendo uno de los pilares sobre los que se asienta no solo la sociedad del bienestar que hemos disfrutado en el presente, sino sobre la que debe construirse cualquier proyecto de sociedad cara al futuro.

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