Encuentros Tri-generacionales: un nuevo rumbo en el aprendizaje de niños, jóvenes y mayores.
Uno de los mayores riesgos que corremos los profesionales de la educación es el dejarnos arrastrar por las rutinas y las inercias. Cuando se consigue sustraerse a las dinámicas habituales y abandona ese estado de confort que produce el hacer siempre lo mismo y de la misma manera, uno acaba reflexionando cuál es realmente el fin de su actividad como profesor y de qué manera puede trabajar para alcanzarlo. En este proceso, que inevitablemente implica una sensación de inseguridad y de riesgo, uno se inicia en el desarrollo de metodologías alternativas, que sitúan al alumno en el centro del escenario educativo como elemento activo y constructor de sus propios aprendizajes. En el fondo, esta forma de aprender no es ninguna novedad y podemos rastrearla desde la Grecia clásica a la Institución Libre de Enseñanza. Y en este camino, acabas deduciendo que las dimensiones más importantes en las que debes apoyarte son las que tienen que ver con el ámbito relacional y el mundo de las emociones. Al fin y al cabo, las demás competencias que los alumnos deben adquirir, entrenar y desarrollar reposan sobre estas dimensiones tan esencialmente humanas. Afortunadamente, los profesionales que trabajan con los aprendices más pequeños, los que se dedican a la educación infantil, mantienen intactos estos principios en sus planteamientos y actividad formativa. Desgraciadamente, a medida que van pasando por los sucesivos niveles educativos, nos olvidamos del carácter integral que debe adquirir el aprendizaje de los alumnos y deja de preocuparnos el modo de conseguirlo.
Sirva esta reflexión introductoria para presentar una de las experiencias más interesantes y enriquecedoras que estamos viviendo en este curso escolar. Nuestra singladura por el mundo de la convivencia intergeneracional vino de la necesidad de trabajar dimensiones relacionadas con la iniciativa personal y el desarrollo de la autonomía, sobre todo dentro del emprendimiento social. Por supuesto que esto suponía trabajar otras dimensiones importantes de la competencia que ha venido a denominare "social y ciudadana", especialmente necesarias en el caso de adolescentes que precisan de entrenar un buen número de habilidades sociales. Pero desde el principio fuimos conscientes de la importancia que iba a tener el aprendizaje emocional y el mundo de experiencias que, dentro de este campo, iba a abrirse para nuestros alumnos. Este mismo punto de vista es el que ha llevado al centro de educación infantil "La Casita", situado en Losar de la Vera, perteneciente a la Liga Española de la Educación y la Cultura Popular, a introducirse también en el escenario de las relaciones intergeneracionales. Dos rumbos que, neceseriamente, tenían que cruzarse y que hemos conseguido aunar en una misma y común navegación. Puestos en contacto, después de constatar que no se trataba de una acción puntual sino de un programa sólido, estructurado y sistemático, fuimos descubriendo las posibilidades que nos ofrecía el juntar los tres tramos de edad: los mayores residentes de ServiMayor, nuestros adolescentes y jóvenes de 3º de ESO y los niños de 2 a 3 años. Planteamos el llevar a cabo un plan piloto para este último trimestre, que sirviera de campo de pruebas para el diseño de un programa educativo para el próximo curso y, acto seguido, nos embarcamos en esta nueva experiencia tri-generacional.
Desde el comienzo de nuestras actividades en ServiMayor hemos sido testigos de los beneficios mutuos que produce el encuentro entre jóvenes y mayores. Desde la perspectiva de los residentes, son múltiples los efectos positivos que provoca la presencia de nuestros alumnos en la residencia. No sólo se trata de ver por sus dependencias y pasillos a un grupo de edad que escasea en este tipo de lugares y el variar las rutinas de personas que viven en una inevitable monotonía. Su participación en los programas de estimulación cognitiva y motora que conducen los terapeutas y animadoras socioculturales, los talleres de manualidades y las actividades de ocio -muchos de ellos diseñados y organizados por los propios alumnos- tienen un efecto tremendamente positivo en el bienestar emocional de los mayores. Los lazos afectivos que se establecen entre ellos, verdaderos vínculos que van surgiendo de manera espontánea y natural, tienen un considerable poder terapéutico en la residencia. De hecho hemos acuñado ya el concepto de "terapia intergeneracional". Pues bien, si los adolescentes y jóvenes tienen una importante capacidad estimuladora en los mayores, la presencia de niños de esta edad, dos y tres años, añade una nueva dimensión emocional con una importante carga evocadora. Muchos de los mayores residentes guardan en su memoria emocional un buen número de experiencias relacionadas con niños, que se ven automáticamente conectadas cuando los ven de nuevo a su alrededor.
Ya hemos destacado las distintas dimensiones relacionales, sociales y emocionales que se trabajan con los jóvenes en un escenario intergeneracional y que, en el caso de los niños, supone llevar a la práctica los mismos procesos y competencias en un nivel inicial, adaptados lógicamente a su edad. Pero además, tanto para los niños como para lo alumnos de secundaria, el trabajar juntos supone poner en juego un nuevo valor añadido. Nuestros adolescentes y jóvenes actúan en gran medida como mediadores entre los niños y los mayores. Sirven de nexo entre ambos y se encargan de orientar, administrar y dirigir las tareas y actividades que realizan en común. La mayor parte de los residentes se encuentran asistidos y, bastantes de ellos, tienen problemas de autonomía y de deterioro cognitivo, por lo que resulta necesario que se vean también apoyados y tutelados. Se forma así un curioso trío con un vértice definido, a partir del cual se generan nuevas coordenadas en los lazos de afectividad que se desarrollan a partir de ahí. Para facilitar el proceso de integración y acomodo a este nuevo espacio educativo, hemos vinculado a cada alumno con un niño, sobre el que centra su responsabilidad y atención. De este modo estamos fomentando otro de los principios y acciones que mayor capacidad motivadora tienen y que potencian otras dimensiones educativas: la mentorización. Una faceta que ya estábamos viviendo en una doble dirección con los alumnos y los residentes, dadas las características propias de un centro residencial y del estado de salud de los mayores que lo habitan. Ahora la labor de mentores se multiplica hacia abajo, hacia los niños pequeños, que ven incorporado en sus escenarios de aprendizaje una nueva figura, la del joven, que le abre novedosas perspectivas formativas. También, sin duda, la de la persona mayor, que irá integrando progresivamente de una manera natural en su ámbito relacional.
Este es el nuevo espacio de encuentros que estamos iniciando y experimentando entre un centro de educación infantil, una residencia de mayores y un instituto de secundaria. Son muchos los retos y las posibilidades que se nos ofrecen en esta travesía en la que nos hemos embarcado. Una nueva realidad enormemente estimulante de la que ya estamos obteniendo resultados muy positivos en el corto plazo. Los campos que se nos aparecen para poder descubrir y transitar son vastos e inexplorados, situándonos de lleno en la reflexión acerca de cuál debe ser la manera más adecuada para aprender y formarse, desde los estadios más iniciales a los más avanzados, dentro de lo que se denomina aprendizaje permanente o a lo largo de toda la vida. Esto nos supone entrelazar mundos educativos que acostumbramos a separar y segregar, lo que puede ayudarnos a replantear principios que creíamos inumatables. Una buena ocasión para sacudirnos de nuestras inercias y rutinas, que nos ofrece un bonito y estimuante viaje hacia la experimentación y la innovación educativa, orientado hacia la puesta en acción de nuevas metodologías, el diseño de procesos educativos conjuntos, el aprendizaje emocional y el desarrollo de espacios relacionales. Y lo mejor es que cada vez somos más los que vamos juntos en este viaje.