Educación Intergeneracional:
una vía para la transformación social.
Hablar de educación
intergeneracional no resulta fácil, fundamentalmente porque supone
dar por sentados unos principios que, a día de hoy, no son
admitidos, ni siquiera admisibles, para la mayor parte los agentes
implicados. Y eso que, en apariencia, se trata de un concepto
bienintencionado, obvio y cargado de evidencia, al menos en una de
sus direcciones, ¿no aprendemos, desde niños, de personas que son
mayores que nosotros? Pero esta cuestión, incluso, tiene sus límites
y matices, más aún en la sociedad de la información en la que
vivimos, en la que cierta edad se asocia a un grado de obsolescencia
de la que resulta imposible escaparse. ¿Qué puede aportar de útil
y necesario alguien que se encuentra desvinculado de las nuevas
tecnologías y fuera del flujo de las redes de información? La misma
pregunta podríamos hacerla en sentido inverso: ¿puede aprender algo
que realmente merezca la pena una persona experimentada de un joven,
de un adolescente o de un niño? Y en cuanto al aprendizaje de los
adultos mayores, aunque los conceptos de “aprendizaje permanente”
o de “aprendizaje a lo largo de toda la vida” alarguen sus
términos para integrar a personas de edad cada vez más avanzada, su
significado real todavía está lejos de tener una definición
aceptable. Las preguntas en esta vertiente, las más simples y claves
relativas al qué, por qué o para qué aprender en determinadas
edades no tienen todavía las respuestas adecuadas para apuntalar el
verdadero sentido de los programas educativos para adultos mayores.
Lo cual no quita que, desde hace ya décadas, se hayan desarrollado
iniciativas que atiendan a estos colectivos, bien por medio de los
programas de educación de adultos o de los programas universitarios
para mayores, bien en el ámbito de la educación no formal a través
de diversas líneas en el área de los servicios sociales. Otra
cosa es analizar las razones, los objetivos y los cometidos que han
puesto en pie estas acciones y cuáles son los alcances y los límites
de las mismas.
Asumiendo los beneficios del
aprendizaje de los mayores desde una perspectiva gerontológica,
orientada a sus efectos en el contexto del “envejecimiento activo”
y de la “promoción de la autonomía”, además de otros
relacionados con su bienestar y calidad de vida, atendiendo a los
campos emocional, relacional, de la socialización, de la prevención
de la soledad y de la participación social y ciudadana, el modo de
plantear su aprendizaje tiene que incluir una dimensión propia.
Desde hace años se acuñó el término de “gerontagogía” para
referirse justo al contexto educativo de los adultos mayores y
sobrepasar la mirada exclusivamente asistencial y adaptativa de
afrontar su formación. Un horizonte de exploración y de puesta en
acción más adecuado a la nueva “senescencia” que conforma, en
las sociedades avanzadas, el amplio y numeroso grupo de mayores de 65
años que empieza a ser predominante desde un punto de vista
cuantitativo y también cualitativo. Su capacidad económica hace de
él un sector prioritario desde el punto de vista del consumo y del
mercado -”Silver Economy” o “Economía de plata”-,
pero también desde el punto de vista sociológico – la “generación
de las canas” o ”Greynies”-
y político, en lo que se prevé una gerontocracia en un futuro
inmediato. Un colectivo plural, diverso y heterogéneo desde todos
los puntos de vista, también desde su dimensión educativa, en lo
que respecta a sus niveles de formación, cualificación, aptitudes,
competencias, intereses y gustos. Esta moderna generación de mayores
está planteando nuevas necesidades en el mundo de la formación y
del aprendizaje, convirtiéndose en usuarios y consumidores de
servicios educativos que generan una demanda cada vez más plural,
diversa y exigente.
Las administraciones educativas
deben ser las primeras en atender y promover estas expectativas
formativas, inéditas en nuestra historia, incluyendo el derecho a la
educación de los mayores como un foco de atención al mismo nivel
que el resto de las etapas del sistema educativo. Un nuevo frente que
debe abrirse en el terreno de las políticas educativas y que tiene
que generar investigación, reflexión y debate, pero que tiene que
incluir desde ya la promoción, el apoyo y la inversión en
propuestas y ensayos que desarrollen líneas de acción en este
terreno. Es en este espacio en donde cobra un especial interés la
educación intergeneracional, en cuanto ofrece un amplio marco de
posibilidades y recursos para que las soluciones que se adopten no
sean demasiado onerosas e inasequibles y las acciones que se
promuevan resulten factibles y efectivas. Pero sobre todo porque
ofrece inmediatos beneficios a los colectivos que participan en estos
escenarios educativos, no solo en el cuestionamiento de estereotipos
y prejuicios asociados a la edad -”edadismo”-, sino en parámetros
de todo tipo en las esferas educativa y del bienestar social,
ciudadano e individual. La educación intergeneracional es una de las
principales vías para restablecer las relaciones comunitarias y
hacer renacer los vínculos entre generaciones.
Estas consideraciones implican un
cambio sustancial, radical incluso, en lo que respecta a la
concepción de los servicios públicos, que deben incluir lo
“intergeneracional” como un planteamiento transversal, un nuevo
paradigma, que afecta a todo el andamiaje de las distintas
administraciones, especialmente en el ámbito competencial de las
Comunidades Autónomas y de los ayuntamientos. De hecho, una de las
claves debe ser la de aprovechar las redes y mapas de centros
públicos ya existentes, aunque desde una nueva mirada que cuestione
principios muy asentados desde el punto de vista funcional, de los
servicios que ofrece, y del usuario, a quiénes van dirigidos o,
mejor, de las edades a los que van orientados. Y ello con un
planteamiento en el que la educación y el aprendizaje no se
delimitan al estricto terreno formal de los centros educativos, sino
en el que se “escolarizan” otros espacios públicos como los
asistenciales, los culturales, los deportivos, los de ocio y
recreativos o cualquier otro escenario comunitario que sea
susceptible de generar posibilidades formativas gracias a la
interacción entre personas de distintas edades. En esta nueva
dimensión son de destacar los pasos dados por la Junta de
Extremadura, pionera en la aceptación institucional de este nuevo
concepto, gracias al compromiso asumido en torno a los programas
intergeneracionales por parte de las consejerías de Educación y
Empleo, de Sanidad y Políticas Sociales y de Cultura e Igualdad. Se
trata de una estrategia novedosa orientada a generar escenarios de
interacción entre mayores y niños, adolescentes y jóvenes,
escolarizar espacios públicos que no se contemplaban y promover la
educación intergeneracional.
Pero en este largo camino queda
mucho por desbrozar y por andar. Normalizar la presencia de adultos
mayores en centros educativos, transformarlos progresivamente en
“centros intergeneracionales”, no resulta fácil y debe vencer
resistencias y modificar inercias de todo tipo. No solo incluye otros
interrogantes que se suman a los ya planteados con respecto al
aprendizaje de los mayores, relativos al dónde, cuándo y con quién,
sino que además afecta a los propios fundamentos de la educación en
cualquier tramo de edad. Juntar en un mismo escenario de aprendizaje
de forma habitual a personas de tan distinta edad obliga a considerar
seriamente nuestra actividad en el aula. Cuestiona el propio espacio
educativo, la arquitectura de los centros escolares, su organización
y funcionamiento, pero sobre todo pone en tela de juicio el cómo se
aprende. Una cuestión que no es solo de metodología sino de
auténtica pedagogía, en cuanto remueve los cimientos sobre los que
se asienta lo que entendemos por educar y aprender. Y es precisamente
en el terreno del día a día de los centros educativos, en el que
son muchos los obstáculos, las dudas y reticencias para explorar las
nuevas vías que nos abren a lo intergeneracional, porque amenazan la
seguridad y el confort que da a las comunidades educativas el seguir
el camino de siempre. Lo mismo ocurre en el contexto universitario,
en el que de poco sirve el que los jóvenes alumnos de grado
compartan el mismo espacio en los campus con los mayores si no existe
voluntad para que unos y otros interaccionen de verdad en escenarios
de aprendizaje conjunto.
La educación intergeneracional
sigue siendo una entelequia. Su objetivo más inmediato va orientado
tanto a hacer preguntas que cuestionen certezas como a dar respuestas
a necesidades sociales inaplazables. Como concepto reconforta por los
valores cívicos que evoca, pero contiene una tremenda carga de
profundidad en cuanto a los principios y acciones que implica y
desarrolla. Su puesta en marcha supone una apuesta decidida por
transformar sustancialmente la concepción de los servicios y
usuarios de determinados ámbitos de las administraciones públicas y
también el modo de plantear y realizar el trabajo de sus
profesionales, especialmente en el ámbito educativo. Pero implica
sobre todo un cambio profundo en el modo de concebir el ciclo vital y
el asumir la necesidad de reorientar nuestras relaciones sociales -no
solo las familiares- en el contexto de la edad. Una verdadera
transformación social que debe renovar nuestros espacios de
convivencia y generar en nuestras comunidades, ciudades y pueblos,
nuevas oportunidades de interacción para, entre y con todas las
edades.
Acto de final de curso de las alumnas mayores del Aula Intergeneracional del IES "Jaranda". |