Lo intergeneracional en cuarentena II
Cuando
a mediados
del mes de febrero
decidimos suspender temporalmente los programas intergeneracionales
que llevamos a cabo, nadie sospechaba que la situación iba a
alcanzar las proporciones que después ha tomado. Es más, al
principio llegamos a considerar que a lo mejor estábamos tomando
excesivas precauciones y que estábamos pecando de cierto alarmismo.
Desgraciadamente, la evolución de los acontecimientos ha
confirmado que hicimos bien en suspenderlos. Desde entonces, como
ya vinimos a denunciar en otra entrada, lo intergeneracional entraba
en cuarentena. Pero el tiempo se va prolongando y llevamos ya cuatro
de cuarenta, un período muy amplio, sobre todo cuando se plantea en
ciertos tramos de edad en los que poco tiempo ya resulta demasiado.
Y lo peor es que no vemos una fecha cercana
ni cierta que nos anuncie
un fin próximo a todo esto.
Hemos
de prepararnos para una larga etapa en la que gran
parte de las iniciativas
y
programas
intergeneracionales
van
a resultar, en algunos
casos, imposibles
de realizarse
de manera presencial y, en
otros, con serias dificultades e importantes limitaciones.
Las restricciones
legales en cuanto al acceso, las
posibilidades de visita y
las medidas de prevención en el uso de espacios compartidos van a
impedir
el llevar a cabo acciones en residencias y centros de mayores. Hemos
de tener en cuenta que son precisamente las personas mayores que
habitan estos espacios los grupos que más necesidades demandan
desde el punto de vista relacional y emocional
y que ofrecen, además, un mayor escenario de posibilidades para el
desarrollo de acciones en el contexto intergeneracional. Son estos
centros, por el tipo de usuarios y las dificultades añadidas que
presentan
en cuanto a grado de dependencia y alfabetización digital, los que
más dificultades muestran
para sustituir las actividades presenciales por
otros formatos virtuales o que impliquen un distanciamiento físico.
Pero esta cuarentena no solo afecta a estos lugares especialmente
vulnerables, sino que se proyecta a cualquier escenario de
convivencia o interacción de personas de edades distintas,
desde el propio ámbito
familiar, en el que se mantienen
ciertas reservas y precauciones
incluso al contacto directo entre los abuelos y sus propios nietos,
a cualquier
otro espacio
público o privado, siempre
y cuando se genere la posibilidad de contacto físico
entre personas
mayores,
la infancia y
la juventud. Los espacios
intergeneracionales se van a mantener bajo
estricta cuarentena.
El
distanciamiento físico plantea una serie de
dificultades añadidas al
contexto intergeneracional. Aunque se pueda contemplar
como un reto el considerar
los distintos modos en los
que pueden desarrollarse iniciativas
a distancia, manteniendo las medidas de seguridad establecidas y,
sobre todo, las que se puedan
realizar
de una manera virtual, hemos de ser conscientes de que el escenario
intergeneracional presenta una serie de condicionantes. Ya no solo
por el
grado de acceso y uso de lo digital en determinadas franjas etarias,
especialmente en ciertos
contextos socioculturales, sino
por la propia naturaleza que tiene este tipo de programas en cuanto a
su sentido
y significado. Aunque esto requiere de un proceso de reflexión y
discusión más extenso y detallado, habría que plantearse si lo
intergeneracional puede llevarse
a cabo sin un
constante contacto
presencial. Puede haber distintos modos de entender las relaciones
entre generaciones, incluso niveles de acción que vayan de lo más
profundo a lo más superficial, pero desde una perspectiva que apunte
a sus verdaderas
expectativas y pretensiones, sin convivencia e interacción física
lo intergeneracional queda tremendamente
devaluado.
Es
necesario tomar conciencia de este elemento consustancial a
lo intergeneracional, para
no perder de vista cuál debe ser nuestro objetivo e identificar como
medidas paliativas y complementarias las que consigan
llevarse a cabo de manera virtual o puedan acoplarse a través del
distanciamiento físico.
Pero sin olvidar que son sucedáneos, líneas de acción abordadas
por las circunstancias, coyunturales y sin voluntad de sustituir lo
presencial. No quiere esto decir que no puedan
o deban desarrollarse estrategias de
atención, cuidado y acompañamiento a través de medios y
procedimientos virtuales y digitales, pero
estas no deben tomarse
en ningún caso como medios
o recursos alternativos ni sustitutivos.
Cuestión importante a la
hora de valorar la tele-asistencia o la robotización de los
cuidados, vistas como
soluciones y alternativas a la atención de personas mayores y
remedio de situaciones de soledad, porque
permite situar sus límites
y la necesidad de complementar estas medidas con iniciativas
que generen contactos físicos con personas, a
ser posible de otras edades.
Durante
tres meses, de marzo a junio, algo
más del tiempo que ha durado el estado de alarma, un
grupo amplio de alumnos del Instituto, de 2º y 3º de ESO, al que se
han sumado otras personas voluntarias, ha desarrollado un programa de
acción a distancia que hemos titulado "Cuéntame". Un plan
que ha contado con el apoyo del Ayuntamiento
de nuestra localidad, Jarandilla de la Vera,
para identificar a los
mayores a quienes
más podía afectar
el confinamiento en su situación personal y provocar
en ellos una mayor
situación de soledad o de aislamiento.
En este municipio, que apenas alcanza los 3000 habitantes, hemos
trabajado con 45 personas que, por distintos motivos, consideramos
adecuado actuar.
Diariamente, adolescentes
de entre 13 y 15 años,
en sesiones de duración flexible, dependiendo de las necesidades y,
sobre todo,
de las características de
los comunicantes, llamaban a su persona de referencia y entablaban
con ella una conversación. Además de interesarse por
su estado anímico y su
salud, trataban cada día de un tema común que proponíamos, que ha
servido de hilo argumental,
de telón de fondo sobre el
que han escrito un rico y
sorprendente diario de abordo repleto de experiencias y vivencias
biográficas que recorre casi un siglo de nuestra historia reciente.
Sirva este ejemplo para mostrar cómo este tipo de iniciativas que,
sin duda, han cubierto una necesidad y
que ha beneficiado tanto a
los mayores
como a los jóvenes
que han participado, son
esencialmente
circunstanciales en cuanto
a los objetivos
y cometidos que las han motivado, pero no pueden reemplazar, ni se
pretendía con esta en
concreto, la
verdadera naturaleza de los encuentros físicos y el contacto directo
que define lo intergeneracional.
De hecho, la mayor parte del alumnado involucrado
ya estaba participando con
anterioridad en otros programas
inter-etarios y ha notado
-y ha hecho notar- justo estas carencias que resultan definitorias e
insustituibles.
La
duración de esta cuarentena va a ser mayor de lo que todos
preveíamos en un
principio, lo
que implica un replanteamiento de la situación y de los horizontes
hacia los que encaminarnos. No solo la prolongación de la situación
de riesgo de la pandemia, que puede prorrogarse durante meses e
incluso más de un año, debe
preocuparnos, sino
fundamentalmente los
efectos que va a provocar en el ámbito intergeneracional este largo
e intenso paréntesis. El
asumir colectivamente los riesgos que plantea cualquier escenario de
convivencia entre personas de distintas edades
y el integrar una cultura de la prevención, cuando
no del
miedo, puede conducir a
prescindir de este tipo de iniciativas y programas. Las
instituciones, entidades y empresas dedicadas
a la atención y cuidado de los mayores, además de los profesionales
que directamente trabajan con ellos, van a evitar situaciones de
riesgo añadidas, considerando como secundarias y no necesarias las
acciones intergeneracionales
que venían desarrollando o que les vayan a proponer.
Si se limitan los contactos
con los familiares directos y se restringen las entradas y las
salidas, ¿cómo
van a considerarse siquiera como pérdida
o carencia la
falta de este tipo de
programas?
Todo el camino avanzado en
los últimos años en la extensión de iniciativas
y proyectos, una
coyuntura marcada
por la eclosión
de lo intergeneracional,
puede verse lamentablemente afectado, retrocediendo una trayectoria que
va a resultar muy difícil
de restablecer.
Puede incluso que,
desgraciadamente, ayude a
fortalecer las dinámicas e inercias ya integradas en nuestros
comportamientos sociales y culturales que han conducido justo a la
segregación espacial y al distanciamiento etario, neutralizando las
acciones que las entidades y organizaciones promotoras de lo
intergeneracional han venido desarrollando desde hace décadas.
Las propias personas mayores están interiorizando esa cultura
recelosa y precavida, renunciando a los
espacios de convivencia que, por su
propia seguridad, van a
evitar aunque les reste oportunidades para su bienestar.
Ante este panorama de
retroceso, se hace
necesario reforzar el discurso de la libertad de acción en las
personas mayores, de defensa de sus derechos e incluso de su dignidad
personal, no permitiendo que se instale en ellos la cultura del miedo
ni que permitan una merma de su capacidad de decisión ni en
el disfrute de una
mínima calidad de vida.
Las consecuencias indirectas que a corto y medio plazo van a provocar
las medidas de distanciamiento físico van a ser un índice por el
que medir la incidencia que han tenido sobre todo para la población
mayor. En esta ocasión,
desgraciadamente, tanto la enfermedad como el remedio van a valorarse
en el mismo grado y con la misma medida.
Es
necesario tomar una postura decidida y comprometida en defensa de lo
intergeneracional que, por un lado, alerte ante esas actitudes de
exceso de prevención, vigilando las
medidas que puedan
establecerse
que reduzcan o limiten los
espacios de encuentro
intergeneracional y, por
otro, que rebaje los recelos, temores y miedos ante el contacto y
convivencia
de las personas mayores con la población infantil y juvenil.
La situación no va a ser
nada fácil, porque somos muy pocos los que estamos empeñados en la
necesidad de desarrollar lo intergeneracional y la corriente que
viene de atrás, la que ha
mantenido
la separación
de espacios y reduce el contacto entre generaciones,
sigue fluyendo ahora con más intensidad,
reforzada con el amparo de
las medidas de prevención y de seguridad sanitaria.
Y en esta línea de acción
hemos de considerar las relaciones intergeneracionales no solo desde
el punto de vista de su conveniencia para la mejora de la calidad de
vida y del bienestar personal de los participantes,
sino como un derecho inalienable,
tanto individual como colectivo. Una responsabilidad social que deben
asumir las administraciones públicas y adoptar como principio rector
de las políticas y servicios que llevan a cabo. Aquí es donde
cobran un especial sentido las campañas que deben diseñarse y
ejecutarse dirigidas a distintos ámbitos: al
político, para que tome conciencia del sentido social de lo
intergeneracional y los múltiples horizontes que se abren en torno a
este paradigma; al
profesional, para sensibilizar sobre su importancia en la mejora y
desarrollo integral de todos
los que
participan en programas
intergeneracionales,
facilitándoles
el asesoramiento y apoyando
iniciativas y
propuestas de desarrollo
que puedan demandar que venzan los recelos e inercias;
al
familiar, atenuando los excesos de prevención y promoviendo la
participación e implicación en estos programas para la realización
personal de los mayores,
de la infancia y la juventud; al
del tejido asociativo,
a través de la difusión
y la creación de redes de entidades, organismos
y grupos de acción para avanzar en la perspectiva social
y comunitaria de lo intergeneracional; y al
de la opinión pública, para contrarrestar el impacto negativo que
la pandemia y la alerta sanitaria está teniendo en los espacios de
contacto inter-etario y promover una cultura a favor de la
intergeneracionalidad.
Además
de este horizonte de acción orientado a la denuncia, la difusión,
la sensibilización, la promoción de redes, el asesoramiento
y la intervención ante
entidades políticas y administrativas, hay otros ejes que deberíamos
abordar. Los nuevos modelos de convivencia constituye
uno de los temas centrales que deberíamos abordar,
aprovechando la coyuntura y el cuestionamiento de las actuales
estructuras de atención y cuidado a las personas mayores y de los
servicios que prestan las distintas administraciones. En este terreno
deberíamos ser capaces de introducir lo intergeneracional como una
dimensión a tener en cuenta en los estudios y propuestas que se
están elaborando y participar y dar nuestro apoyo en las iniciativas
que se vayan desarrollando. Un segundo campo es el de la educación
intergeneracional, en el que tenemos que avanzar en una segunda
velocidad, articulando una estrategia de acción capaz de influir en
las administraciones educativas.
Una estrategia que recoja las experiencias que se están realizando
en distintos niveles educativos, desde la infancia hasta la
universidad, y que desemboque en una propuesta estructurada. Urge la
inclusión de la "gerontagogía"
como área específica en
la formación de distintos grados universitarios y su incorporación
en los planes de estudio,
no solo en los estudios
de terapia ocupacional o de trabajo social, sino también
en el ámbito de la
pedagogía y de la formación del profesorado, avistando que los
escenarios educativos se abren al mundo de los mayores y, además, en contextos
compartidos con otros usuarios. Y por
último, pero posiblemente resulte lo más urgente y necesario, un
replanteamiento de lo intergeneracional, desde un punto de vista no
solo filosófico en cuanto a su significado, sino también -y
fundamentalmente- desde la perspectiva de la acción, del diseño y
ejecución de los programas que se llevan a cabo. Estamos en un
momento en el que convendría replantearnos muchos de los
presupuestos en los que hemos basado nuestras intervenciones e
incluso darles la vuelta, generando nuevos enfoques a las intenciones
y acciones intergeneracionales.
Sí,
lo intergeneracional está en cuarentena, pero solo debe guardarse lo
estrictamente necesario y respondiendo exclusivamente a criterios
sanitarios. El distanciamiento físico que ha
venido a implantarse, por
otra parte, no debe implicar en ningún caso distanciamiento social,
buscando alternativas en el mientras tanto para mitigar el
aislamiento y la soledad de las personas mayores, así como
satisfacer las necesidades y demandas relacionales y emocionales de
este colectivo y también las
de la infancia y de la
juventud. No hay que perder de vista que los programas
intergeneracionales no solo benefician a todos los que participan en
ellos, sino que ofrecen escenarios de aprendizaje y desarrollo
personal difícilmente
reemplazables. Y lo más importante, no debemos olvidar que estar en
cuarentena es solo un paréntesis que se abre y se cierra,
permitiendo restablecer, terminado el motivo que la genera, las
líneas y trayectorias que venían desarrollándose. No podemos
permitir,
en ningún caso,
que suponga un cuestionamiento de los principios y fundamentos que
sustentan lo intergeneracional ni que esa nueva percepción recelosa
y prevenida pueda
instalarse
más allá de lo que sea estrictamente necesario.
Las relaciones entre
personas de distintas edades,
basadas en la solidaridad, el apoyo, la cooperación y la ayuda mutua
siguen constituyendo uno
de los pilares sobre los que se asienta no solo la
sociedad del bienestar que
hemos disfrutado en el presente,
sino sobre la que debe
construirse cualquier proyecto de sociedad cara al futuro.